Acabo de ver Cloverfield (horriblemente traducida como "Monstruoso" en España) y me ha dejado una sensación de desasosiego espantosa. No sé por qué pero no acierto nunca con la película que necesita mi estado de ánimo. En lugar de haber visto algo agradable y ameno (una comedia romántica o una peli de animales cantarines, por ejemplo), ahora que llevo días sin saber nada de Jorge y estoy de bajón, yo voy y elijo la película menos entrañable desde Hostel 3: El regreso de los croatas vaciadores de ojos.
De todas formas, mi mal tino en las situaciones delicadas no se limita sólo a las películas, sino que se extiende por campos más ricos y plurales como la música (nada como la canción más triste de Jarvis Cocker para aumentar una buena depresión), los libros, la compañía, e incluso la comida. Empeizo a pensar que es algo innato en mí eso de avivar un poco la morriña cuando me siento mal. Sólo así, pasada la primera fase de revolcarme en mi propia mierda, consigo sentirme listo para volver a la rutina de cada día.
Antes, cuando era un rubicundo adolescente de ojillos nerviosos, solía entristecerme por cualquier motivo. Si a eso le sumamos el hecho de que no paraba de autocompadecerme, resulta que me pasaba deprimido 360 días al año. Es increíble ver cómo cambian las cosas cuando creces un poco. Yo, que fui un joven histriónico y con cierta tendencia al dramatismo más shakespeariano, realmente disfrutaba sintiéndome mal, culpándome de todo y encerrándome a solas conmigo mismo. Ahora, cuando lo recuerdo, me parece tan increíble mi actitud de entonces que me llego a preguntar si realmente existieron esos momentos. No obstante, poseo suficientes documentos escritos de la época (diarios inacabados, poesías horrendas, notas de suicidio, cartas de amor y desamor) como para despejar toda duda.
Supongo que son fases por las que pasa toda persona, en menor o mayor medida. Cada uno tiene sus manías y su forma de superar las penurias de la vida. Mi amiga Ariana, por ejemplo, prefiere darle la espalda a los problemas y fingir que no existen; Brígida ahoga las penas entre montañas y montañas de ropa nueva; Laura las almacena y se deshace de ellas en cómodas dosis de amargura y resentimiento; Bruno llora desconsoladamente; y yo veo películas desagradables y releo libros que me han hecho sufrir. Para que luego digan que todos los humanos somos iguales.
De todas formas, mi mal tino en las situaciones delicadas no se limita sólo a las películas, sino que se extiende por campos más ricos y plurales como la música (nada como la canción más triste de Jarvis Cocker para aumentar una buena depresión), los libros, la compañía, e incluso la comida. Empeizo a pensar que es algo innato en mí eso de avivar un poco la morriña cuando me siento mal. Sólo así, pasada la primera fase de revolcarme en mi propia mierda, consigo sentirme listo para volver a la rutina de cada día.
Antes, cuando era un rubicundo adolescente de ojillos nerviosos, solía entristecerme por cualquier motivo. Si a eso le sumamos el hecho de que no paraba de autocompadecerme, resulta que me pasaba deprimido 360 días al año. Es increíble ver cómo cambian las cosas cuando creces un poco. Yo, que fui un joven histriónico y con cierta tendencia al dramatismo más shakespeariano, realmente disfrutaba sintiéndome mal, culpándome de todo y encerrándome a solas conmigo mismo. Ahora, cuando lo recuerdo, me parece tan increíble mi actitud de entonces que me llego a preguntar si realmente existieron esos momentos. No obstante, poseo suficientes documentos escritos de la época (diarios inacabados, poesías horrendas, notas de suicidio, cartas de amor y desamor) como para despejar toda duda.
Supongo que son fases por las que pasa toda persona, en menor o mayor medida. Cada uno tiene sus manías y su forma de superar las penurias de la vida. Mi amiga Ariana, por ejemplo, prefiere darle la espalda a los problemas y fingir que no existen; Brígida ahoga las penas entre montañas y montañas de ropa nueva; Laura las almacena y se deshace de ellas en cómodas dosis de amargura y resentimiento; Bruno llora desconsoladamente; y yo veo películas desagradables y releo libros que me han hecho sufrir. Para que luego digan que todos los humanos somos iguales.
2 dicen lo que piensan:
bueno, nunca escuches a laura pausini, algo como "la revolución sexual" y toda la discografia de LCA me ayudaron a mi... y apoyate siempre en los amigos. besotes , sam!
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