Punto y final

Hoy me he encontrado con Jorge, después de varias semanas sin saber nada de él. Yo estaba tomando una Heineken con mis compañeros de clase en un pub del Centro llamado Nouvelle, cuando un amigo suyo se ha acercado a saludarme. Como buen actor que soy, le recibí alegremente y le dediqué unos minutos de amable cortesía. Me dijo que había venido con Jorge a tomar una tapa y que estaban sentados en una mesa en la terraza. Después de decirle que me acercaría a saludarlos, nos despedimos.

Concentré toda mi capacidad emocional en prepararme para una inminente conversación de compromiso con un exnovio. Hacía semanas que no lo veía y no sabía muy bien cómo reaccionaría yo cuando se produjese el encuentro. Un par de cervezas después me adecenté un poco y me levanté dispuesto a ir a la terraza a enfrentarme con él. Pero no me dio tiempo: justo en ese momento Jorge pasó a mi lado, en dirección al servicio. Me miró de reojo, me dio dos besos y continuó su camino, sin mirarme siquiera.

Me quedé petrificado, alucinado, asombrado, desquiciado, plantado y todos los adjetivos terminados en -ado que se os ocurran. ¿Jorge acababa de saludarme como a un vulgar desconocido? ¿Era cosa mía o había cierto matiz de desdén en su mirada? Pese a que esperaba todo lo contrario no noté un desgarrón en el pecho ni tampoco humedad en las pestañas. No me dio pena. Lo único que sentí fue una rabia sorda, como un murmullo de indignación en el estómago, una patada a mi dignidad.

No he sido un exnovio cansino. Desde que me dejó nunca he tratado de volver con él, no le he llamado a altas horas de la noche suplicándole migajas de compasión, no he ido preguntando a nadie su paradero, no le he hablado en exceso por Msn. Todo lo contrario. Me he tragado mi dolor y mi orgullo y le he brindado siempre mi mejor sonrisa, he tratado de ser agradable con él y educado con los plastas de sus amigos, he intentado que nunca se sintiera culpable por haberme dejado... y me lo paga así.

No miento cuando digo que no me produjo dolor ni tristeza, porque no fue eso. Fue una mezcla de indignación, asombro y rabia. Me siento humillado e incluso decepcionado, porque no hubiese esperado nunca tal despotismo de su parte. Él, que temía enamorarse por miedo a que le hiciera daño. Él, que se asustaba de mí porque decía que los tímidos éramos siempre los más cabrones. Él, que nunca quiso hacerme daño y se deshacía en peroratas sobre las buenas intenciones cuando uno rompe una relación.

¿Cómo se le puede hacer el vacío a alguien con quien has compartido tantas cosas? Jorge no es más que otro mentiroso, otro cínico, otro imbécil presuntuoso y maleducado. Esta es mi forma de ponerle punto y final a su historia. Ahora no sentiré ningún remordimiento cuando tire sus regalos, ni cuando lo elimine del Msn, ni cuando lo vea por la calle y le ofrezca el mismo saludo desangelado que él me dio. Porque no merece la pena.

Another sunny day

Hoy hace buen tiempo en Ciudadela. Los árboles de la Calle de Centro revientan en flores diminutas que la gente arrastra con los zapatos sucios al andar, creando sobre el suelo una superficie pastosa de color lila intenso. Los termómetros indican que las temperaturas comienzan a acercarse a la primavera. Siempre hace calor por aquí. En esta época ya empiezas a ver niños lamiendo polos de colores estridentes, ancianos tomando el décimo tinto del día y señoras abanicándose fruiciosamente, llenando el aire con su sonajera de alhajas y brazaletes.

Y es en estos días, en los que el mundo parece crujir de calor, en los que la ciudad te ofrece, como un regalo tímido, sus mejores imágenes, cuando me siento más y más solo. Me pregunto si pertenezco a este sitio, si realmente llegaré a encontrar mi lugar en el orden natural de las cosas, si Jorge aparecerá tras una esquina con su mejor sonrisa para darme la mayor tristeza, si no será que llevo la nostalgia dentro de mí, como un parásito innato que no me da tregua y me impide ser completamente feliz...

El patito feo

Laura está de mal humor. Su estricta dieta a base de vegetales lánguidos y pan salpicado de cereales la pone furiosa, inestable y grosera. Lo peor es que nos lo contagia a todos. Somos un grupo solidario: cuando uno se vuelve irascible, el resto también. Sin ir más lejos, esta tarde, mientras comía una ración doble de brownie con caramelo y nueces de Macadamia (puedo comer una manada entera de elefantes sin engordar un gramo), Laura me miraba con una mezcla de envidia y odio. Entonces pensé en qué es lo que nos lleva a suprimir algunos placeres en la vida en favor de la apariencia física.

Bruno, por ejemplo, bebe batidos de proteínas y define sus gigantescos bíceps en el gimnasio cada día. Brígida, en cambio, gasta cientos de euros al mes en ropa y maquillaje. Todos tenemos nuestras coqueterías, también alguna zona del cuerpo de la que nos sentimos orgullosos o, por el contrario, avergonzados. Ni yo mismo me libro de las garras de la presunción. Me gusta vestir bien y que la gente me admire por ello (lo sé, es un defecto, pero al menos soy sincero). Por eso elijo cuidadosamente cada detalle de mi vestuario y sopeso los colores y formas que más me favorecen. Gasto al menos una hora al día decidiendo ropa, peinándome y maquillándome (aunque no soy Richi Bastante he aprendido que la base y el antiojeras es algo que todos deberíamos usar).

Sin embargo, hay ciertos días en los que la Diosa Madre, el Origen de todo, el Gran Rey, el Alfa y el Omega, la Divina Providencia o como quieras llamarlo, me ofrece unos instantes de lucidez. ¿De veras merece la pena tanto esfuerzo por aparentar ser más guapos de lo que somos en realidad? ¿Es tan importante destacar, deslumbrar, impresionar a los demás? ¿Escogemos a nuestras amistades, nuestros amores, nuestros ídolos sólo por su apariencia? Tras unos segundos de reflexión, imágenes de la clásica compañera de clase gorda y sebosa o del freak purulento con alambres en los dientes me invaden la mente. Entonces recuerdo que la vida se lo pone todo mucho más fácil a la gente de físico agraciado y me afano en ocultar las señales de la edad, ese granito molesto y repaso una vez más mi pelo.

No juzgo a nadie por su apariencia, me he enamorado de chicos realmente feos y no le doy a la imagen más importancia de la que se merece. Pero desgraciadamente la sociedad es de esta forma y no será fácil cambiarla, por mucho que lo intentemos. Porque yo también he sido un monstruito y, aunque me duela reconocerlo, desde que perdí doscientos kilos la vida me va mucho mejor.

Galletas

Espero poder cantarte esto pronto...

Ay pena, penita, pena...

Acabo de ver Cloverfield (horriblemente traducida como "Monstruoso" en España) y me ha dejado una sensación de desasosiego espantosa. No sé por qué pero no acierto nunca con la película que necesita mi estado de ánimo. En lugar de haber visto algo agradable y ameno (una comedia romántica o una peli de animales cantarines, por ejemplo), ahora que llevo días sin saber nada de Jorge y estoy de bajón, yo voy y elijo la película menos entrañable desde Hostel 3: El regreso de los croatas vaciadores de ojos.

De todas formas, mi mal tino en las situaciones delicadas no se limita sólo a las películas, sino que se extiende por campos más ricos y plurales como la música (nada como la canción más triste de Jarvis Cocker para aumentar una buena depresión), los libros, la compañía, e incluso la comida. Empeizo a pensar que es algo innato en mí eso de avivar un poco la morriña cuando me siento mal. Sólo así, pasada la primera fase de revolcarme en mi propia mierda, consigo sentirme listo para volver a la rutina de cada día.

Antes, cuando era un rubicundo adolescente de ojillos nerviosos, solía entristecerme por cualquier motivo. Si a eso le sumamos el hecho de que no paraba de autocompadecerme, resulta que me pasaba deprimido 360 días al año. Es increíble ver cómo cambian las cosas cuando creces un poco. Yo, que fui un joven histriónico y con cierta tendencia al dramatismo más shakespeariano, realmente disfrutaba sintiéndome mal, culpándome de todo y encerrándome a solas conmigo mismo. Ahora, cuando lo recuerdo, me parece tan increíble mi actitud de entonces que me llego a preguntar si realmente existieron esos momentos. No obstante, poseo suficientes documentos escritos de la época (diarios inacabados, poesías horrendas, notas de suicidio, cartas de amor y desamor) como para despejar toda duda.

Supongo que son fases por las que pasa toda persona, en menor o mayor medida. Cada uno tiene sus manías y su forma de superar las penurias de la vida. Mi amiga Ariana, por ejemplo, prefiere darle la espalda a los problemas y fingir que no existen; Brígida ahoga las penas entre montañas y montañas de ropa nueva; Laura las almacena y se deshace de ellas en cómodas dosis de amargura y resentimiento; Bruno llora desconsoladamente; y yo veo películas desagradables y releo libros que me han hecho sufrir. Para que luego digan que todos los humanos somos iguales.

El hijo pródigo

Lo sé. Casi un mes sin escribir. No hay excusa que valga: se suponía que iba a luchar contra la tentación, que debería haber vencido la tenacidad con la que la desidia merma las ganas de hacer cosas... Pero no. Casi un mes sin escribir. Como ya he dicho, no tengo excusa, ni tampoco disculpa. No obstante, y por si sirve de algo, diré en mi favor que he estado atareado con las clases y con un principio de depresión post-ruptura y pre-reconciliación que no me ha dejado tiempo ni para rizarme las pestañas.

En cuanto a Jorge, poco nuevo hay que decir. Lo he vuelto a ver en Ficción: esta vez no me fui a casa con las orejas gachas, pero tampoco pude actuar con normalidad durante el resto de la noche. Estuve tenso e intranquilo y no conseguí serenarme hasta que me metí en la cama, encendí el Ipod y me dormí escuchando lo nuevo de Rufus Wainwright. Sin embargo, poco a poco voy asumiendo que Jorge nunca volverá a formar parte de mi vida. Cada vez miro menos el teléfono esperando noticias suyas. Creo que voy aceptando que esos mensajes que anhelo nunca llegarán.

Todo esto me ha hecho replantearme seriamente mi vida. Me gustaría ser menos vulnerable, poder acostarme con un chico diferente cada noche y olvidar su nombre antes del primer cigarrillo, ser capaz de sonreír y bailar como el que más, despreocuparme, ordenar por estratos mi mente y enterrar muy abajo lo que no me conviene para que no moleste... Pero ésa no es mi personalidad. Yo no soy así.

Yo me despisto cuando oigo música, sonrío a los desconocidos, me apiado de los gatos piojosos, siento celos de los niños pequeños, extraño a gente que me ha olvidado, perdono a los que no se lo merecen, lloro cuando no me conviene, me sonrojo en público, titubeo, abuso del azúcar, escribo para no pensar.