Filología Blogueril

Parece que poco a poco empiezo a inyectarle vida a un blog que empezaba a agonizar (como tantas otras cosas) y parecía destinado a ser parte de los miles que se abandonan al día. Soy muy poco constante y me cuesta mucho trabajo sentarme cada día a escribir sobre mi vida. En ocasiones me siento un poco estúpido haciéndolo, pero escribir en un blog es un buen sustituto del psicólogo, del diario de toda la vida o de la carta a un amigo.

Muchas veces me siento presionado a la hora de contar algo. El cómo hacerlo, el qué pensarán los que lleguen aquí sobre las barbaridades que escribo, si estoy redactando todo tal y como quiero, etc; todos estos son aspectos a tener en cuenta cuando quiero subir una entrada. Escribir un blog en realidad un ejercicio literario: cada post debe tener un ritmo, un tema y un principio-nudo-desenlace. Debe ser interesante y contar algo, y ahí es donde radica el problema.

En ocasiones los días transcurren con normalidad, sin que ocurra nada memorable que contar. Entonces, si tienes un blog de temática personal cono Twentytantos, te desesperas porque no tienes nada sobre lo que escribir. Le das vueltas al mismo tema, recurres a Youtube o a memes y el blog comienza a perder fuelle. Descubres que los días insustanciales son más de los que te gustaría admitir, y a veces, sólo a veces, logras escurrir el bulto y acabar la entrada resumiendo tu día en una sola frase:

"Hoy me giré y pillé a Jordi mirándome. Y se ha sonrojado."

Vampire weekend

Éste ha sido un fin de semana mediocre, que pasa a engrosar mi ya de por sí enorme lista de fines de semanas insulsos. Estoy más que harto de ver a la misma gente en el mismo garito de mierda, donde muchos piensan que pueden ligar contigo sólo por el simple hecho rozarte con su miembro semi-erecto. Harto de las copas a precios desorbitados, harto de los mismos gilipollas engreídos y del olor a Hugo Boss en todos los cuellos...

Bueno, no me adelanto. Comenzaré por el principio. Érase una vez un viernes anodino. Terminé de trabajar y me fui directo a casa. Allí, aprovechando que mis padres se habían ido a la casa del campo -como cada fin de semana-, me tiré a ver la TV (capítulos antiguos de Anatomía de Grey) y cené un bol de palomitas y media botella de Lambrusco. Reconozco que no es el plan más sano ni el más divertido, pero hay veces en las que a uno le apetece disfrutar de su propia miseria con tranquilidad.

El sábado vinieron a casa Brígida, Ari y Laura para cenar. Encargamos comida a un tailandés y dimos buena cuenta de las cuatro botellas de Lambrusco que trajeron a casa. No hay nada como beber con tus amigas para olvidarse de que la vida suele ser gris, solitaria e insatisfactoria. Tras emborracharnos, acabamos la noche en Ficción, la misma discoteca de siempre, donde, tras bailar la misma música de siempre, me mareé, como cada vez que mezclo alcohol con marihuana.

Con una Coronita escondida en la chaqueta, salí de la discoteca y me dirigí hasta un callejón de la forma más digna que pude. Afortunadamente, soy capaz de disimular pulcramente cualquier vicio, así que nadie notó mi lamentable estado de borrachera. Una vez en el callejón, dejé caer la cabeza contra una esquina y abrí la boca. Mi botellín se hizo añicos contra el suelo. Un eructo hondo con sabor a Lambrusco retumbó en mi traquea. Tenía los labios húmedos por la saliva.No vomité, pero hubiese agradecido poder hacerlo.

Me senté y miré hacia el cielo. Con la cabeza bocaarriba, podía ver un trozo de la pared -amarillenta y resqubrajada por la maleza- sobre la que estaba recostado y la noche, tan parcheada de nubes que apenas dejaba ver unas cuantas estrellas titilando débilmente. Me clavé uno de los cristales de la botella de Coronita en una mano y comencé a sangrar. Por suerte tenía pañuelos a mano y me cubrí el pequeño corte.

Entonces imaginé que alguien podría encontrarme así -en el suelo, con una mano sangrante y los ojos tristes- y tuve un miedo terrible. No quería que nadie me viese tan indefenso y vulnerable. No quería acordarme de Jorge, ni de Bruno, ni de Dani. No quería ser víctima de ningún vampiro de fin de semana, de esos que te muerden una vez y te olvidan para siempre... Tan sólo deseaba pasar una noche menos sin amor.

Nice hot dog

Me gustan los viernes porque salgo un poco más tarde del trabajo. Este placer, aparente masoquista, se debe a que hay un chico en la oficina (y no, no es J.C.) que me atrae bastante. Se llama Jordi y es uno de los niños de papá que han entrado en la empresa por puro enchufe. Tendrá unos veintiséis años, es alto, moreno y de facciones rectas pero amables.

El caso es que, los viernes, Jordi suele salir tan tarde como yo, y solemos cruzarnos por los pasillos de la empresa cuando ya no queda casi nadie. No decimos nada: nos limitamos a hacer una leve inclinación de cabeza a modo de saludo. Entonces él sigue caminando y yo, embelesado, me giro y lo observo alejarse hasta que se pierde entre archivadores y paneles llenos de informes y documentos. Su forma de andar es decidida y un poco salvaje, y quizás eso (junto con la inocente crestita que lleva en el pelo) desentona con el elegante traje que tiene que llevar por fuerza cada día. Aquí no está permitido ser estrafalario ni llamar la atención.

Otro de los pequeños placeres de los viernes es coincidir con Jordi en el ascensor. Me complace disfrutar de esos momentos en los que estamos solos él y yo, bajando lentamente, encerrados en un espacio de dos metros cuadrados que se llenan enseguida con el aroma de su perfume de marca. Es impecable a la hora de vestir: ni una sola arruga en sus camisas de raya diplomática, ni un solo pliegue en el nudo de sus corbatas.

No sé por qué me atrae. No representa especialmente mi ideal físico de hombre (como sí que lo hace J.C.) ni lo conozco demasiado. A pesar de todo, me gusta el tono sosegado de su voz, el timbre adolescente de su risa tonta, la forma en que dice "gracias" cuando le entrego un informe y se cohibe por no saberse mi nombre. Aún habiendo en la empresa señores mucho más atractivos que Jordi, sólo él parece conservar aún la ingenuidad de quien no termina de entender cómo funciona el mundo, a diferencia de los otros, en su mayoría ejecutivos despiadados que subastarían por Ebay el hígado de su madre enferma si con ello lograsen sacar un mísero céntimo.

Jordi, cielo, no te corrompas como ellos. Tú sigue comiendo esos entrañables hot dogs, aunque los demás lleven lujosas fiambreras llenas de nouvelle cuisine. Quizás algún día tu hot dog sea mío.

El pasado imaginario de J.C.

J.C., querido, deseado, adorado J.C, ¿Por qué me has mirado con desdén esta mañana?, ¿Por qué pones cara de hastío cuando se te acerca el hijo de un yuppie a darte el coñazo?, ¿Qué es lo que esconden esos ojos marrones, pequeños como rendijas -y sin embargo tan profundos- que tienes? Déjame que conecte nuestras mentes para así poder adivinar tu vida...

Tienes unos treinta años, aunque aparentas un par más. No llevas alianza, por lo que deduzco que no estás casado (eres el tipo de chico que llevaría el anillo de matrimonio con orgullo). Tu voz, cansada pero firme, no es la voz de alguien acomodado, con una vida tipo hijos-casa-coche. No obstante, suena educada, pese a que uno esperaría que no fuese así. Pero no puedes esconder el matón de barrio que llevas dentro. Eres como una fiera enjaulada: te cuesta mantenerte sereno.

Probablemente tuviste una infancia feliz. Se te debió dar bien eso de jugar al fútbol. Rubio, con facciones agradables, no es de extrañar que también tuvieses éxito con las chicas. Tu buzón de San Valentín debía de estar lleno cada año. Las patas de gallo alrededor de tus ojos revelan que has reído mucho, por lo que es de suponer que le sobraban colegas al J.C., el Rubio. Se podría decir, pues, que has sido un chico popular al que no le faltaban amigotes, novias ni diversión.

Es posible que, en tu adolescencia, coqueteases con las drogas. Creciste en un barrio humilde, donde los traficantes de marihuana y hachís pululaban a sus anchas. El primer porro vino probablemente de la mano de un primo o un hermano mayor. Después, tú y tus colegas os aficionasteis a faltar a clase para ir a tumbaros al césped con vuestras litronas y vuestros porros. Descuidaste tu educación, no le diste importancia a tus estudios y cuando creciste no pudiste optar a trabajos más cómodos y sencillos.

Quizás tú mismo pagaste tu primera moto con el dinerillo que sacaste ayudando a cargar y descargar cosas en las fiestas de tu barrio. Ya de joven demostraste un buen porte físico y unos brazos hechos para soportar peso, facultades que quisiste seguir modelando en un gimnasio porque te veías guapo. En tu barrio mandaba el más machote, y tú no podías quedarte atrás.

A los veinte años, tras haber abandonado tus estudios y haber tenido algunos trabajillos en el sector del transporte, el dueño de la discoteca donde solías ir se fijó en tus descomunales bíceps, creados mediante la suma de la genética, el trabajo y el gimnasio. Además, notó que eras un chico simpático, alto y tenías la suficiente presencia física como para asustar a los borrachos. No hacía falta nada más, así que te propuso tu primer empleo como seguridad en una discoteca.

La cocaína llegó pronto. Gracias a tus compañeros de trabajo descubriste que ésta substancia te ayudaba a pasar mejor las noches y a aguantar a todos los borrachuzos que intentaban colarse con los zapatos equivocados. No te faltaban las chicas dispuestas a bajarse las bragas para poder entrar gratis. Ganabas dinero, vivías con tus padres y podías permitirte el lujo de pagarte los vicios y los esteroides que te ayudaban a mantener ese cuerpo de gladiador. Incluso te tatuaste algo en el omóplato izquierdo: un dragón con motivos y letras chinas.

Podría afirmar casi con total seguridad que ésa fue la época más feliz de tu vida.

Pero, como bien sabes, querido, deseado J.C., uno no es joven para siempre. Trabajar en la noche te quemó demasiado. Colocarse dejó de ser divertido y echabas de menos un fin de semana tranquilo. Además, estabas harto de vivir con tus padres. Afortunadamente, el boom del ladrillo no había llegado al país y comprarse una casa no era un lujo sólo para ricos. Te decidiste por un piso pequeño, pero acogedor, en las afueras de la Gran Ciudad. Querías comprar una unifamilar de nueva construcción con tu novia, pero ella te dejó por otro. Las novias -a veces por tu culpa, a veces por la suya- nunca te han durado demasiado.

Hemos llegado al presente. Tienes treinta años, la mayoría de tus amigos están casados y viven por y para la hipoteca. Algunos, incluso, ya tienen un crío o dos que alimentar. Ahora te sientes solo, hace mucho que no te diviertes y lo más parecido al sexo que has tenido en meses fue aquella vez en la que aquel marica del gimnasio te sacó un par de fotos mientras salías desnudo de la ducha sin que te dieses cuentas (o al menos eso pensaba él). Con gusto le dejarías que te hiciera una mamada, porque recuerdas gratamente las que te hacía un primo cuando ambos teníais quince años y él se quedaba a dormir en tu casa, pero eres demasiado homófobo como para pasar del deseo secretro a la realidad.

Ahora tienes que seguir pagando el piso. Tu día a día se limita a trabajar casi doce horas en una empresa llena de pijos, para después llegar a casa, comer una pizza y echarte unas partidas al Pro Evolution Soccer en tu PS3, uno de los pocos caprichos que te permites desde hace tiempo. Por eso tienes esa mirada de cansancio, porque en el fondo sigues queriendo ser aquel chavalote con éxito que sólo tenía que preocuparse de tener el condón bien puesto y no correrse demasiado rápido.

O quizás no. Quizás ese hastío sólo se debe a que estás pasando por unos días chungos y tu vida es y ha sido mucho más feliz de lo que yo la he imaginado.

J.C. o el deseo hecho hombre

Hoy, por primera vez, he visto al tipo de hombre que despierta en mí el deseo sexual más prosaico y animal que podáis imaginar, representado en forma de ser humano. Es uno de los seguratas del edificio de oficinas donde trabajo. Es altísimo y muy ancho de espaldas; tiene el pelo rubio y lo lleva rapado, estilo marine de los Estados Unidos (eso ya es un punto a su favor); las horas de gimnasio se le notan en las venas de sus enormes bíceps y de su cuello, que se hinchan al menor movimiento, y su mirada denota cierto desprecio por la horda de dinkis que le rodean durante su largo turno de trabajo, y por la vida en general.

Debe de haber entrado en la oficina hoy mismo, porque no lo había visto antes (y, creedme, me hubiese fijado). No tiene un trabajo difícil: está sentado todo el día y se limita a registrar las entradas y salidas del personal ajeno a la empresa y poco más. En esta avenida de la Gran Ciudad raramente ocurren incidentes: en lugar de los drogadictos y homeless con los una pobre cajera de supermercado de barrio tiene que lidiar; él trata con ejecutivos, becarios y gente bien, así que su cargo como segurata es más bien decorativo (sin embargo, es fácil imaginárselo agarrando a un tipo por las solapas y levantándolo dos palmos del suelo, como si aupase un gatito.)

Lo he descubierto cuando he ido a renovar mi tarjeta de entrada. Desgraciadamente, no me ha atendido él sino el otro segurata, un nerd con gafas y pelo de profesor de matemáticas, que probablemente compite por ser la viva antítesis del morbo. No pude evitar mirarlo de reojo (al nerd no, al segurata sexy que a partir de ahora será llamado J.C., porque le pega tener un nombre sacado de alguna peli de Jean-Claude Van Damme), pero él no me hizo caso. Tuve que insistir, así que lo miré fijamente, pero eso no despertó su interés. Entonces se obró el milagro. El Nerd le comentó a J.C. algo del software que usan. Él se levantó con calma y, cuando se dirigía a echarle un vistazo al ordenador de Nerd, se llevó la mano a los huevos y se los rascó de una forma muy poco elegante pero extremadamente erótica. Despacio, sujetándoselos con su gran manaza, agarrando sin pudor todo el bulto.

Y entonces me miró.

Y sufrí un orgasmo cerebral.

Tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para apartar la vista de aquel paquete enorme y hacer caso a lo que el Nerd -rancio, repugnante y maleducado- me decía. Mi transacción allí había terminado y yo ya no tenía excusa para seguir devorando con la mirada a J.C. La vida era injusta, el cielo se nubló y el mismísimo Universo lloró aquella tragedia. Me esperaban horas de trabajo interrumpidas por el recuerdo de aquel hombre hecho para los delirios de la carne, para ser lamido y tocado, para oírle bufar verle y sudar del modo en que lo haría un soldado espartano follándose a su pequeño pupilo (Dios mío, qué horror, qué ha sido de mi decencia...)

Es mi hora de salir. Concentro toda mi energía en convocar su presencia allá abajo y así poder dedicarle una última mirada libidinosa antes de irme a casa. ¡Accio J.C.!

Top guys decreasing

Esto probablemente no lo haya dicho nunca ningún estudio serio, y puede que sea porque a nadie le importe. Este post trata sobre los roles sexuales de los gays, en especial de una conclusión propia a la que he llegado a partir de experiencias propias: el 90% de los individuos gays son pasivos.

Antes que nada, un poco de conocimientos generales, para el que no sepa de qué va la cosa. El término pasivo, dentro del marco de una relación homosexual, se otorga al que es penetrado por la otra persona, el activo. Por extensión, la palabra pasivo se emplea para denominar a quien habitualmente prefiere ejercer dicho rol. La persona que desempeña indistintamente tanto el rol pasivo como el activo se denomina «versátil». En inglés se llama top al activo, en contraposición a bottom, que es el término para el pasivo. Una vez aclarados los conceptos fundamentales del tema, procedo a explicarme.

Nunca he tenido amigos gays. No me muevo por el ambiente y, por tanto, no conozco en profundidad la forma de vida del gay tipo (si es que existe). No leo revistas gays, no consumo cine gay, no soy activista, ni tampoco suelo celebrar el día del Orgullo. No es por ningún motivo especial, simplemente es así. Sin embargo, esto no quiere decir que no haya conocido a multitud de gays a lo largo de mi ajetreada y desdichada vida. Y en más de una ocasión he tenido relaciones de las que, ejem, digamos que no me siento del todo orgulloso. Pero bueno, están ahí.

El caso es que casi en un 80% de las relaciones sexuales que he tenido en mi vida de soltero, el chico en cuestión ha sido pasivo. Que sí, lector enfurecido, que podrían haber sido una casualidad. Pero es que no han sido pocas. Y muchos otros de los chicos gays que he conocido (sin tener relaciones con ellos) me han confirmado este dato. Y que no me vengan con el rollo de la versatilidad. No niego que existan personas a las que les gusta dar y recibir, pero como en todos los aspectos de la vida, la mayoría miente vilmente. Incluso los hay que dicen ser activos y luego... nanay. Y uno no está hecho para llevarse chascos a estas alturas de la vida, señores.

Es como si ser pasivo fuese algo negativo, como si la gente asociara la idea de la pasividad con sumisión o feminidad. Y se equivocan. Como si no tuviésemos bastante con la idea preconcebida de que el gay es femenino, ahora, dentro de ese mismo ámbito se considera negativamente el hecho de ser pasivo. Pues vamos listos. Los hay que al final, en el calentón, les da lo mismo ocho que ochenta, lo cual es de agradecer, porque si no mi vida sexual habría sido bastante mediocre.

Vale, esta sobreproducción de pasivos será buena para los activos, pero los bottomboys tendremos que rifarnos a los pocos topguys auténticos, porque si no... A algunos les dará igual, pero a la mayoría les pasa lo que a mí. Que no la meto. No puedo, no me gusta, no quiero, no me siento cómodo ni me excita. Mientras la gente se alarma por la crisis económica, la falta de petróleo y el cese de los suministros, a mí me preocupa que dentro de poco tendré que comprarme el consolador de Nacho Vidal para ir tirando.

Y no es que le dé una importancia desmesurada a esto. En absoluto. De hecho, para mí el sexo es algo totalmente secundario, y si con mi pareja no pudiera haber penetración, pues nada, a otra cosa, mariposa, que hay miles de prácticas y juegos inventados y por inventar. Lo realmente grave es que la gente se esconda y mienta en relación a su rol sexual. Es el colmo de los colmos, el gueto dentro de un gueto, los marginados entre los marginados... Sed más sinceros con vosotros mismos y con el mundo. YO SOY PASIVO, ¿y tú?

Fuentes: Wikipedia y Wikipedia

Punto y final

Hoy me he encontrado con Jorge, después de varias semanas sin saber nada de él. Yo estaba tomando una Heineken con mis compañeros de clase en un pub del Centro llamado Nouvelle, cuando un amigo suyo se ha acercado a saludarme. Como buen actor que soy, le recibí alegremente y le dediqué unos minutos de amable cortesía. Me dijo que había venido con Jorge a tomar una tapa y que estaban sentados en una mesa en la terraza. Después de decirle que me acercaría a saludarlos, nos despedimos.

Concentré toda mi capacidad emocional en prepararme para una inminente conversación de compromiso con un exnovio. Hacía semanas que no lo veía y no sabía muy bien cómo reaccionaría yo cuando se produjese el encuentro. Un par de cervezas después me adecenté un poco y me levanté dispuesto a ir a la terraza a enfrentarme con él. Pero no me dio tiempo: justo en ese momento Jorge pasó a mi lado, en dirección al servicio. Me miró de reojo, me dio dos besos y continuó su camino, sin mirarme siquiera.

Me quedé petrificado, alucinado, asombrado, desquiciado, plantado y todos los adjetivos terminados en -ado que se os ocurran. ¿Jorge acababa de saludarme como a un vulgar desconocido? ¿Era cosa mía o había cierto matiz de desdén en su mirada? Pese a que esperaba todo lo contrario no noté un desgarrón en el pecho ni tampoco humedad en las pestañas. No me dio pena. Lo único que sentí fue una rabia sorda, como un murmullo de indignación en el estómago, una patada a mi dignidad.

No he sido un exnovio cansino. Desde que me dejó nunca he tratado de volver con él, no le he llamado a altas horas de la noche suplicándole migajas de compasión, no he ido preguntando a nadie su paradero, no le he hablado en exceso por Msn. Todo lo contrario. Me he tragado mi dolor y mi orgullo y le he brindado siempre mi mejor sonrisa, he tratado de ser agradable con él y educado con los plastas de sus amigos, he intentado que nunca se sintiera culpable por haberme dejado... y me lo paga así.

No miento cuando digo que no me produjo dolor ni tristeza, porque no fue eso. Fue una mezcla de indignación, asombro y rabia. Me siento humillado e incluso decepcionado, porque no hubiese esperado nunca tal despotismo de su parte. Él, que temía enamorarse por miedo a que le hiciera daño. Él, que se asustaba de mí porque decía que los tímidos éramos siempre los más cabrones. Él, que nunca quiso hacerme daño y se deshacía en peroratas sobre las buenas intenciones cuando uno rompe una relación.

¿Cómo se le puede hacer el vacío a alguien con quien has compartido tantas cosas? Jorge no es más que otro mentiroso, otro cínico, otro imbécil presuntuoso y maleducado. Esta es mi forma de ponerle punto y final a su historia. Ahora no sentiré ningún remordimiento cuando tire sus regalos, ni cuando lo elimine del Msn, ni cuando lo vea por la calle y le ofrezca el mismo saludo desangelado que él me dio. Porque no merece la pena.

Another sunny day

Hoy hace buen tiempo en Ciudadela. Los árboles de la Calle de Centro revientan en flores diminutas que la gente arrastra con los zapatos sucios al andar, creando sobre el suelo una superficie pastosa de color lila intenso. Los termómetros indican que las temperaturas comienzan a acercarse a la primavera. Siempre hace calor por aquí. En esta época ya empiezas a ver niños lamiendo polos de colores estridentes, ancianos tomando el décimo tinto del día y señoras abanicándose fruiciosamente, llenando el aire con su sonajera de alhajas y brazaletes.

Y es en estos días, en los que el mundo parece crujir de calor, en los que la ciudad te ofrece, como un regalo tímido, sus mejores imágenes, cuando me siento más y más solo. Me pregunto si pertenezco a este sitio, si realmente llegaré a encontrar mi lugar en el orden natural de las cosas, si Jorge aparecerá tras una esquina con su mejor sonrisa para darme la mayor tristeza, si no será que llevo la nostalgia dentro de mí, como un parásito innato que no me da tregua y me impide ser completamente feliz...

El patito feo

Laura está de mal humor. Su estricta dieta a base de vegetales lánguidos y pan salpicado de cereales la pone furiosa, inestable y grosera. Lo peor es que nos lo contagia a todos. Somos un grupo solidario: cuando uno se vuelve irascible, el resto también. Sin ir más lejos, esta tarde, mientras comía una ración doble de brownie con caramelo y nueces de Macadamia (puedo comer una manada entera de elefantes sin engordar un gramo), Laura me miraba con una mezcla de envidia y odio. Entonces pensé en qué es lo que nos lleva a suprimir algunos placeres en la vida en favor de la apariencia física.

Bruno, por ejemplo, bebe batidos de proteínas y define sus gigantescos bíceps en el gimnasio cada día. Brígida, en cambio, gasta cientos de euros al mes en ropa y maquillaje. Todos tenemos nuestras coqueterías, también alguna zona del cuerpo de la que nos sentimos orgullosos o, por el contrario, avergonzados. Ni yo mismo me libro de las garras de la presunción. Me gusta vestir bien y que la gente me admire por ello (lo sé, es un defecto, pero al menos soy sincero). Por eso elijo cuidadosamente cada detalle de mi vestuario y sopeso los colores y formas que más me favorecen. Gasto al menos una hora al día decidiendo ropa, peinándome y maquillándome (aunque no soy Richi Bastante he aprendido que la base y el antiojeras es algo que todos deberíamos usar).

Sin embargo, hay ciertos días en los que la Diosa Madre, el Origen de todo, el Gran Rey, el Alfa y el Omega, la Divina Providencia o como quieras llamarlo, me ofrece unos instantes de lucidez. ¿De veras merece la pena tanto esfuerzo por aparentar ser más guapos de lo que somos en realidad? ¿Es tan importante destacar, deslumbrar, impresionar a los demás? ¿Escogemos a nuestras amistades, nuestros amores, nuestros ídolos sólo por su apariencia? Tras unos segundos de reflexión, imágenes de la clásica compañera de clase gorda y sebosa o del freak purulento con alambres en los dientes me invaden la mente. Entonces recuerdo que la vida se lo pone todo mucho más fácil a la gente de físico agraciado y me afano en ocultar las señales de la edad, ese granito molesto y repaso una vez más mi pelo.

No juzgo a nadie por su apariencia, me he enamorado de chicos realmente feos y no le doy a la imagen más importancia de la que se merece. Pero desgraciadamente la sociedad es de esta forma y no será fácil cambiarla, por mucho que lo intentemos. Porque yo también he sido un monstruito y, aunque me duela reconocerlo, desde que perdí doscientos kilos la vida me va mucho mejor.

Galletas

Espero poder cantarte esto pronto...

Ay pena, penita, pena...

Acabo de ver Cloverfield (horriblemente traducida como "Monstruoso" en España) y me ha dejado una sensación de desasosiego espantosa. No sé por qué pero no acierto nunca con la película que necesita mi estado de ánimo. En lugar de haber visto algo agradable y ameno (una comedia romántica o una peli de animales cantarines, por ejemplo), ahora que llevo días sin saber nada de Jorge y estoy de bajón, yo voy y elijo la película menos entrañable desde Hostel 3: El regreso de los croatas vaciadores de ojos.

De todas formas, mi mal tino en las situaciones delicadas no se limita sólo a las películas, sino que se extiende por campos más ricos y plurales como la música (nada como la canción más triste de Jarvis Cocker para aumentar una buena depresión), los libros, la compañía, e incluso la comida. Empeizo a pensar que es algo innato en mí eso de avivar un poco la morriña cuando me siento mal. Sólo así, pasada la primera fase de revolcarme en mi propia mierda, consigo sentirme listo para volver a la rutina de cada día.

Antes, cuando era un rubicundo adolescente de ojillos nerviosos, solía entristecerme por cualquier motivo. Si a eso le sumamos el hecho de que no paraba de autocompadecerme, resulta que me pasaba deprimido 360 días al año. Es increíble ver cómo cambian las cosas cuando creces un poco. Yo, que fui un joven histriónico y con cierta tendencia al dramatismo más shakespeariano, realmente disfrutaba sintiéndome mal, culpándome de todo y encerrándome a solas conmigo mismo. Ahora, cuando lo recuerdo, me parece tan increíble mi actitud de entonces que me llego a preguntar si realmente existieron esos momentos. No obstante, poseo suficientes documentos escritos de la época (diarios inacabados, poesías horrendas, notas de suicidio, cartas de amor y desamor) como para despejar toda duda.

Supongo que son fases por las que pasa toda persona, en menor o mayor medida. Cada uno tiene sus manías y su forma de superar las penurias de la vida. Mi amiga Ariana, por ejemplo, prefiere darle la espalda a los problemas y fingir que no existen; Brígida ahoga las penas entre montañas y montañas de ropa nueva; Laura las almacena y se deshace de ellas en cómodas dosis de amargura y resentimiento; Bruno llora desconsoladamente; y yo veo películas desagradables y releo libros que me han hecho sufrir. Para que luego digan que todos los humanos somos iguales.

El hijo pródigo

Lo sé. Casi un mes sin escribir. No hay excusa que valga: se suponía que iba a luchar contra la tentación, que debería haber vencido la tenacidad con la que la desidia merma las ganas de hacer cosas... Pero no. Casi un mes sin escribir. Como ya he dicho, no tengo excusa, ni tampoco disculpa. No obstante, y por si sirve de algo, diré en mi favor que he estado atareado con las clases y con un principio de depresión post-ruptura y pre-reconciliación que no me ha dejado tiempo ni para rizarme las pestañas.

En cuanto a Jorge, poco nuevo hay que decir. Lo he vuelto a ver en Ficción: esta vez no me fui a casa con las orejas gachas, pero tampoco pude actuar con normalidad durante el resto de la noche. Estuve tenso e intranquilo y no conseguí serenarme hasta que me metí en la cama, encendí el Ipod y me dormí escuchando lo nuevo de Rufus Wainwright. Sin embargo, poco a poco voy asumiendo que Jorge nunca volverá a formar parte de mi vida. Cada vez miro menos el teléfono esperando noticias suyas. Creo que voy aceptando que esos mensajes que anhelo nunca llegarán.

Todo esto me ha hecho replantearme seriamente mi vida. Me gustaría ser menos vulnerable, poder acostarme con un chico diferente cada noche y olvidar su nombre antes del primer cigarrillo, ser capaz de sonreír y bailar como el que más, despreocuparme, ordenar por estratos mi mente y enterrar muy abajo lo que no me conviene para que no moleste... Pero ésa no es mi personalidad. Yo no soy así.

Yo me despisto cuando oigo música, sonrío a los desconocidos, me apiado de los gatos piojosos, siento celos de los niños pequeños, extraño a gente que me ha olvidado, perdono a los que no se lo merecen, lloro cuando no me conviene, me sonrojo en público, titubeo, abuso del azúcar, escribo para no pensar.

Valentine's day

Resumen de mi maravilloso día de San Valentín:

  1. 8:30 AM: Se me acaba el agua caliente en plena ducha.
  2. 9:05 AM: Visita al médico para análisis de sangre. Después de perder casi 300cl de sangre, me desmayo en mitad del hospital.
  3. 11:00 AM: Tutoría con la profesora de Proyecto Gráfico. Rechaza las cuatro propuestas que le llevo.
  4. 13:17 PM: Se rompe la silla de mi escritorio. Estando yo sentado en ella.
  5. 16:30 PM: Un empleado municipal de limpieza se gira distraído y me da una ducha extra con la maguera. Adiós a mi peinado. Para colmo, toda la calle se ríe.
  6. 17:00 PM: Mientras espero a mi amiga Laura, se me cagan dos palomas en la cabeza, con un intervalo de tres minutos entre mierda y mierda. Estoy mojado y con la cabeza llena de caca de pájaro.
  7. 19:23 PM: Los cascos de mi Ipod dejan de funcionar de pronto. Me paso media hora de camino a casa sin música. Y encima creo que me resfrío por la ropa mojada.
  8. 19:58 PM: Estoy en casa, aburrido, solo, triste y constipado. Me dispongo a ver una selección de pelis para mitigar mi soledad: Moulin Rouge, Desayuno con diamantes y La vida es bella.
  9. 22:50 PM: No consigo terminar ni una sola película sin acabar con depresión de caballo. Me duele la cabeza, el brazo y el corazón. Y no paro de moquear. Creo que me voy a la cama antes de que llegue una urraca y me robe la almohada.
Espero que vuestro día de San Valentín haya ido mejor que el mío.

Las pequeñas cosas

Entre otras lecciones, en estos últimos días he aprendido que las pequeñas cosas -materiales o no- van mucho más allá del tópico que las acredita como hacedoras de la felicidad suprema, porque realmente son las que pueden arrancarte una sonrisa en el alma. Pese a las muchas desgracias que nos puedan suceder, esos detalles sin aparente relevancia son capaces de hacer que por un momento las olvidemos (las desgracias, digo) y sintamos un chispazo de luz entre tanta oscuridad.

La sonrisa de un familiar por la mañana, un abrazo con un amigo, un mensaje agradable, una película con final feliz, un helado de limón, una manta suave y calentita, una taza (robada del Starbucks) de café con leche, un piropo durante una conversación en el MSN o la reposición de una serie que te gusta... son detalles nimios, pequeñas cosas carentes de importancia en los problemas reales, pero que al y fin al cabo son las que conforman nuestro día a día, las que realmente pueden hacerte sentir algo parecido a la felicidad.

Meme #2

Encontré este meme a través de meneame.net en el cual creamos nuestro grupo de música imaginario de la siguiente forma:

Nomino a J4m3s, Lance, Víctor Esparza y Pececillo con volantes para que ellos también creen su grupo de música, y si no lo hacen, que se les seque la yerbabuena.

Personalmente, me encanta mi CD, especialmente el título, "The difference between a violin and a viola is that a viola burns longer", propio de unos hipotéticos Astrud angloparlantes. Huelga decir que la portada con los pastelitos es, simplemente, adorable.

Cara a cara

Anoche vi a Jorge en Ficción. Apareció de la nada, enfilado hacia mí, en el momento en que menos lo esperaba. Nos saludamos con un par de besos y hablamos de cosas triviales. Estaba guapísimo.

A partir de ahí, todo fue mal.

Eran las 5:00 AM cuando lo vi. Nos despedimos, para volver cada uno con su grupo, pero yo ya no estaba allí, me encontraba asuente, delirando, aunque por fuera nada hiciese notar mi caos interno, por dentro me desmoronaba como una montaña de naipes. Me temblaban las piernas.

Traté de fingir y bailar durante un rato para distraerme, pero no pude, así que tomé la decisión de irme a casa. Eran las 5:17 AM. Le busqué para despedirme. Entre la música atronadora, acerqué mi boca a su oído.

-Me voy ya, Jorge -le dije. Mi mano se había posado sobre su estómago.

-¿Ya te vas? -inquirió, sonriendo con cara de inocencia.

Hicimos unas cuantas bromas y me separé de él. Le di dos besos de despedida. Uno en la mejilla. El otro muy cerca del labio. Entre los dos corría una fuerza inmensa, la pasión contenida vibraba a nuestro alrededor: en aquel momento, no deseaba nada más que besarle y llorar.

Pero tras la educada conversación, di media vuelta y me fui para casa, más triste que nunca, sintiendo cómo mi instinto gritaba y se desesperaba, encadenado, por poder correr a abrazarle y decirle cuánto lo echo de menos...

The state I am in

Hoy he vuelto a hablar con Jorge por messenger. Esta vez he sido yo el que le ha dado conversación, pero me temo que será la última. No me gusta un pelo la actitud que está tomando conmigo. Por una parte, parece que no quiere saber nada más de mí, y por otra se esfuerza en demostrarme todo lo contrario. Es como si me tuviese lástima, como si me compadeciera, y creo que tendría que tener bastante claro que no necesito sus favores altruistas y sus migajas de compasión. Esa actitud suya me parece un atentado contra mi dignidad.

Me gustaría que se relajara y que pudiésemos ser amigos, sin más. Que no hubiera tensión ni dificultades, que no estuviésemos pendientes de posibles dobles sentidos en cada palabra. Supongo que es necesario que pase el tiempo y que terminemos de olvidar cualquier sentimiento y enterremos los últimos rescoldos de pasión que nos quedan. Pero quizás para entonces ya se haya ido a trabajar fuera de la ciudad y este lazo que nos une se quede cojo, huérfano de definición. Por mi parte, haré lo posible por encauzar nuestra relación hasta las lindes de la amistad, pero dudo que lo consiga.

School Attacks

Últimamente se habla mucho del bullying o acoso escolar en los medios de comunicación. En parte es algo positivo porque así le dan visibilidad a un tema que estaba bastante escondido, pero por otro lado sospecho que terminará siendo un espectáculo más con el que aumentar el share de las televisiones, tal y como pasó anteriormente el asunto de la violencia doméstica.

La mayoría de las personas están de acuerdo con que este es un problema serio en las aulas de nuestros institutos. Sin embargo, hay gente que le resta importancia con frases del tipo “en mi época no existía eso, al gordo de la clase lo llamábamos gordo y punto” o peor aún; “son cosas de críos”. Es imperdonable que se justifique un acto tan injusto alegando que lo ha cometido un niño. La sociedad está terriblemente engañada con respecto a ellos: los niños no son tiernas e inocentes criaturas que pestañean y cambian cromos, sino todo lo contrario. Son criaturas crueles y dictatoriales que crean clases sociales entre ellos y repudian a los que, bajo su punto de vista, no encajan con ellos.

También me fastidia que digan que el acoso es algo inexistente, que no son más que bromas de niños. En la infancia y la adolescencia se sufre mucho y cualquier adulto que lo haya olvidado es idiota. Yo, como muchos otros homosexuales, fui víctima del bullying. Pasé toda la adolescencia solo, soportando años de insultos, vejaciones y burlas constantes. Me limitaba a actuar como un autómata que cumple con sus funciones sin oponer resistencia: levantarme, ir al colegio, comer, mear, dormir. Punto. Un adolescente apático e indiferente para el cual el futuro era un viaje incierto, las ambiciones un estorbo y la muerte una tentación.

Si el tema hubiera estado más normalizado por entonces, quizás habría denunciado y mi vida hubiese sido diferente. Por eso no hay que tomárselo a la ligera, porque los niños de hoy serán los hombres de mañana, y el acoso puede que sirva para crear espíritus atormentados que terminen siendo escritores o artistas, pero esto no es razón suficiente para tolerarlo. Así que vigilen a sus primos, sus hermanos pequeños, sus sobrinos y sus hijos. Podrían estar pasándolo mal sin ustedes saberlo. O peor aún, haciéndolo pasar mal a otros.

Blogaysfera

Siguiendo con los consejos que la “Miniguía para salir bien librado del primer mes como blogger”, esta mañana me dispuse a buscar blogs de temática similar al mío y dejarles un comentario, con el fin de ir conociendo a otros bloggers y hacerme un huequito en la red. Me encanta leer y disfruto muchísimo cuando encuentro un texto interesante –sea de la temática que sea– en la red, por eso imaginé que este punto de la guía sería bastante entretenido de completar. Pero me equivocaba.

Desde que concebí el blog, supe que lo hice para convertirlo en una bitácora de temática personal, y que estaría orientado a un público mayoritariamente gay o gayfriendly (cualquier visitante es bien recibido, por supuesto, pero ese sería, por decirlo de algún modo, mi público target.) Partiendo de esas premisas, abrí una pestaña en mi Firefox y tecleé en el cuadro de búsqueda de Google las palabras blog personal gay. No soy muy diestro en artes informáticas y es posible que dichos parámetros no fuesen los adecuados, pero el resultado del sondeo fue desalentador. No había casi nada relacionado con lo que buscaba.

Después de descartar al buscador por excelencia, me aventuré en portales gays como Chueca.com, que a veces ofrecen servicios de hosting para bloggers. Le siguieron los directorios. Empecé con Bitácoras.com, pero la mayoría de los blogs que me mostraba estaban cerrados y abandonados. Acabé en Blogueros Gay, que fue la única página capaz de ofrecerme algunos enlaces interesantes, repasé unos cuantos blogs atractivos, dejé mis impresiones y me olvidé del asunto.

¿Conclusión? Abrirme a todo tipo de blogs. Quizás mi error fue obviar que en el mundo gay es difícil escapar de las garras del sexo explícito, y que su vertiente blogueril no iba a ser una excepción. No hablo desde la crítica, pero no creo que para mantener un weblog sea necesario poner una foto de un cubano en pelotas o el sextape de Colin Farrell en cada post. Twentytantos está en contra de la pornografía gratuita en bitácoras de temática personal. Que tengan un buen día.

Meme: ¿Y en tu pueblo cómo se dice?

A través de Blog en Serio me animo a participar por primera vez en un meme, que consiste en aportar una frase o dicho exclusivo de tu localidad. Es dificil decidirse por una, porque en Andalucía abundan las expresiones propias, pero allá voy:

  1. Mr. Rockmantico -> Vete a chorrarla (significa déjame, vete por ahí) (Málaga, España)

  2. Solo un Blog -> Andate a la concha de tu hermana (Buenos Aires)

  3. Consejo de sabios´ blog -> ¿Tu estas tonto o chupas leña? (Evidente) (Andújar, España)

  4. Phylosoft -> Barcelona es bona si la bosa sona (significa, en catalán, que Barcelona solo es buena si llevas dinero en el bolsillo) (Barcelona, España)

  5. Tijeran -> Folixa asgaya, dolor na vidaya!!! (Mucha fiesta, dolor de cabeza) (Asturias)

  6. Epi -> Vamos a jamar (quiere decir que vayamos a comer) (Logroño, España).

  7. Kainita -> Estate aliquindoi (estar pendiente o atento a algo) (Málaga, España)

  8. PensativoX -> Emesté hacer esto (estaría bien que hicieramos esto) (Sevilla, España)

  9. Blog en Serio -> ¡Te la bañas! (exagerar en hacer algo, realizar algo inusual) (Monterrey, México)

  10. Twentytantos -> ¿Te quié í yaaa? (literalmente sería "¿te quieres ir ya?" y se usa cuando estás en desacuerdo con lo que ha dicho alguien) (Andalucía Oriental, España)
Hala. No nomino a ningún blog porque aún no conozco a nadie en la blogosfera. Quien quiera participar puede hacerlo dejando un comentario en este post de La Casa del Rock.

A todo aquello que ya no volverá

Esta noche Jorge y yo hablamos por messenger, y fue él quien inició la conversación. Es curioso, esta mañana me desperté con la sensación de que hoy -justo una semana después de que lo dejáramos- sabría algo de él, y no me he equivocado. En líneas generales ha sido una conversación bastante frívola y despreocupada. Se notaba que los dos estábamos tensos tras un tiempo sin hablar, incluso creo que llegó a molestarse porque le dije que sonábamos a desconocidos. Que se joda. No me gustan las tonterías, ni las fingidas frases de complacencia para contentar a los demás. No soy brusco, pero me gusta decir las cosas claras. Aunque lo que realmente me resultó un poco desagradable fue la sensanción de que, tras decirle lo de los desconocidos, dijo algo que sonó a "hago el esfuerzo de hablar contigo y encima te pones tonto." No lo dijo así ni lo insinuó siquiera, faltaría más, pero un par de palabras y otros tantos silencios suyos me hicieron pensar. ¿Paranoias mías? Es muy probable.

Después de la conversación he vuelto a sentirme triste pensando en todas las cosas que ya no podremos hacer juntos. Y no, no hablo del sexo, que era maravilloso, sino a algo más intangible. Me refiero a las noches en su cama, a las partidas de Super Mario World en la vieja Snes, a las copas de vino en los bares del Centro, a las caricias y los besos en la nariz, a su olor, al sonido masculino y vibrante de su voz, a sus bromas malsonantes y a volver a casa abrigado con un jersey suyo... A todo aquello que ya no volverá.

Para finalizar, hago un pequeño copy&paste (lo sé, es de pésimo gusto) de un post que realmente me ha emocionado:

"Lo mejor será siempre cortar por lo sano. Sin tragedias; sin arrebatos; sin sentir que se nos arranca el corazón de cuajo, sentarse a conversar y hacer ver que también es un acto de amor el dejarse y vivir cada uno su propia historia. A veces la sola presencia de la pareja en la vida del otro desencadena una serie de reacciones negativas que se desactivarán con tan sólo apartarse y dejar vivir… decir adiós y volver a nacer a una vida de paz."

Pueden ver el texto completo en Utilísimos.

Curious George

Conocí a Jorge en una discoteca llamada Ficción. No era un garito gay, me horroriza el ambiente y hace años que no lo frecuento, por lo que mis posibilidades de ligar un fin de semana son, cuando menos, ridículas. Por eso me llamó la atención ver a un chico muy alto, moreno y con el pelo rizado dirigiéndose hacia mí a través de la gente.

–Tú eres Sam, ¿verdad? Te he reconocido del fotolog.

A primera vista no me llamó la atención. Como ligar era lo último que tenía en la cabeza no pensé que ese acercamiento tenía tales fines y le seguí la conversación. Estuvimos hablando un rato y fue entonces cuando me di cuenta de que estaba insinuándose. Soy extremadamente inseguro y me cuesta mucho esfuerzo mantener el tipo en esa clase de situaciones. No sabía si devolverle el coqueteo o no. Al final hice acopio de valor y, con gran soltura, le dije:

–Tengo chocolate con lacasitos, ¿quieres?

Un segundo después estábamos besándonos. Mi técnica de los lacasitos surtió efecto (es increíble el efecto afrodisíaco que puede tener en un hombre el actuar con infantilismo). Como parezco bastante más pequeño de lo que soy –tengo casi veintitrés y paso por un diecisieteañero– he tenido que adaptarme y depurar esa técnica hasta el límite: un poco de fingida timidez, una sonrisa traviesa, un encogimiento de hombros y, si estoy inspirado, algo de rubor et voilà! El chico target cae rendido. He aquí un ejemplo práctico de la teoría de la evolución.

Pero volvamos a esta historia. A partir de ese encuentro en Ficción, Jorge y yo empezamos a vernos a menudo. Íbamos al cine, a tomar café por las tardes, me recogía a la salida de las clases, paseábamos por el Centro… en definitiva, hacíamos todas esas cosas que las parejas suelen hacer. Jorge era educado y atento y suplía con mimos y otros detalles sus acostumbrados silencios. Yo hablaba y él escuchaba. Creo que funcionábamos bastante bien. Incluso me hizo olvidar en parte a Daniel, mi anterior relación (de la que hablaré en otra ocasión) y plantearme la posibilidad de compartir un futuro juntos.

Pero Jorge no tenía los mismos planes que yo. Sabíamos desde el principio que en pocos meses, cuando terminara sus oposiciones, le destinarían a trabajar fuera: lo mismo le tocaba en una ciudad vecina que en una a la distancia de Alderaan. Eso le agobió, sumado a que yo parecía más entregado que él y esto le suponía un sentimiento de responsabilidad y culpabilidad. Jorge es una persona extremadamente racional, se toma todo muy en serio y no sabe dejarse llevar, le dio demasiadas vueltas a lo nuestro y trató de diseccionarnos como a una rana para analizarnos. Poco a poco, la relación se fue enfriando hasta que decidimos dejarlo, hace ya una semana.

No hubo peleas memorables, ni lágrimas, ni demasiado teatro. Sólo tristeza.

Mi cárcel portátil

Cuando Jorge y yo lo dejamos hace una semana –fingiendo ambos que lo hacíamos de mutuo acuerdo–, decidimos (o mejor dicho, decidió) que lo mejor para los dos era dejar de vernos durante un tiempo. Así podríamos ir adaptándonos a no depender el uno del otro, como hacíamos cuando salíamos juntos, y la separación sería menos traumática. Entonces, añadió, al cabo de una semana más o menos, podríamos volver a llamarnos y a empezar una nueva etapa como amigos. Desde ese momento no ha pasado un solo día (y ya van siete) sin que pueda dejar de mirar el teléfono móvil a cada instante.

Al margen de si es un error o no seguir siendo amigos tras la rupura (eso es tema para otro post), yo sigo teniendo la necesidad de saber qué hace él, con quién está, a qué dedica su tiempo libre. Lo peor es que estoy atrapado en una contradicción enfermiza, porque incluso he llegado a evitar tomar ciertas calles por las que sospecho que pueda estar. Es decir: necesito verle y controlarle, pero al mismo tiempo preferiría que viviese a tres mil kilómetros de mí para poder respirar tranquilo.

Pero lo más grave –y con diferencia– es el asunto telefónico. Cuando estábamos juntos, Jorge y yo teníamos la costumbre de hacernos llamadas perdidas, escribirnos sms y llamarnos cada día. Era gratificante ver su nombre parpadeando en la pantalla del móvil en los momentos más inesperado del día o la noche: me hacía saltar de la silla y me llenaba de una sensación de felicidad que duraba horas. Ahora mi teléfono ha enmudecido y permanece oscuro y amenazante. Una parte de mí se desespera por volver a tener noticias suyas y se sobresalta cada vez que suena pensando que pueda ser él. La otra mitad me insta a apagarlo y olvidarme, porque en el fondo sabe que ninguna de las llamadas que voy a recibir será suya.

Amor, ángel terrible, que diría Cernuda...

El origen y el culpable

Blog en Serio nos regalaba ayer una miniguía sobre cómo abrir un blog y que éste sobreviva al primer mes de vida, que por lo visto suele ser letal y no deja bitácora con cabeza. Me pareció un artículo interesantísimo porque propone retos sencillos para seguir durante un mes, y, como blogger frustrado que soy, eso se agradece. Cuántos dominios inservibles se me han quedado atrás vencidos por la desidia y el aburrimiento... Además, siendo sinceros, Víctor Esparza tiene una cara que convence (y un gran parecido con Roberto Sanmartín, lo cual le suma puntos).

Volviendo a los blogs, creo que mi fallo era tratar de escribir el diario ñoño de un adolescente estando a un paso de cumplir los veintitrés. Craso error. ¿Cómo voy a conseguir rellenar posts y posts hablando sobre el amor, lo injusta que es la vida y lo incomprendido que me siento? Por una parte, esas tres ideas son las máximas principales de mi vida, pero por otra creo que sería conveniente ir dejando a un lado las páginas rosas y el cuaderno con tapas de fieltro y prepararse para recibir a la madurez -maldita entrometida-, ya que al fin y al cabo tendré que convivir con ella durante el resto de mis días.

Trataré de ser lo más honesto posible (objetivo no, eso no es fácil ni divertido) en el desarrollo de mis posts: por tanto me veré obligado a usar pseudónimos tanto para mí como para las distintas personas que aparezcan en los mismos. Será una forma cobarde de decir lo que pienso, pero he vivido lo suficiente como para comprender que la sinceridad no es siempre una buena amiga. Nos leemos pronto.