J.C. o el deseo hecho hombre

Hoy, por primera vez, he visto al tipo de hombre que despierta en mí el deseo sexual más prosaico y animal que podáis imaginar, representado en forma de ser humano. Es uno de los seguratas del edificio de oficinas donde trabajo. Es altísimo y muy ancho de espaldas; tiene el pelo rubio y lo lleva rapado, estilo marine de los Estados Unidos (eso ya es un punto a su favor); las horas de gimnasio se le notan en las venas de sus enormes bíceps y de su cuello, que se hinchan al menor movimiento, y su mirada denota cierto desprecio por la horda de dinkis que le rodean durante su largo turno de trabajo, y por la vida en general.

Debe de haber entrado en la oficina hoy mismo, porque no lo había visto antes (y, creedme, me hubiese fijado). No tiene un trabajo difícil: está sentado todo el día y se limita a registrar las entradas y salidas del personal ajeno a la empresa y poco más. En esta avenida de la Gran Ciudad raramente ocurren incidentes: en lugar de los drogadictos y homeless con los una pobre cajera de supermercado de barrio tiene que lidiar; él trata con ejecutivos, becarios y gente bien, así que su cargo como segurata es más bien decorativo (sin embargo, es fácil imaginárselo agarrando a un tipo por las solapas y levantándolo dos palmos del suelo, como si aupase un gatito.)

Lo he descubierto cuando he ido a renovar mi tarjeta de entrada. Desgraciadamente, no me ha atendido él sino el otro segurata, un nerd con gafas y pelo de profesor de matemáticas, que probablemente compite por ser la viva antítesis del morbo. No pude evitar mirarlo de reojo (al nerd no, al segurata sexy que a partir de ahora será llamado J.C., porque le pega tener un nombre sacado de alguna peli de Jean-Claude Van Damme), pero él no me hizo caso. Tuve que insistir, así que lo miré fijamente, pero eso no despertó su interés. Entonces se obró el milagro. El Nerd le comentó a J.C. algo del software que usan. Él se levantó con calma y, cuando se dirigía a echarle un vistazo al ordenador de Nerd, se llevó la mano a los huevos y se los rascó de una forma muy poco elegante pero extremadamente erótica. Despacio, sujetándoselos con su gran manaza, agarrando sin pudor todo el bulto.

Y entonces me miró.

Y sufrí un orgasmo cerebral.

Tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para apartar la vista de aquel paquete enorme y hacer caso a lo que el Nerd -rancio, repugnante y maleducado- me decía. Mi transacción allí había terminado y yo ya no tenía excusa para seguir devorando con la mirada a J.C. La vida era injusta, el cielo se nubló y el mismísimo Universo lloró aquella tragedia. Me esperaban horas de trabajo interrumpidas por el recuerdo de aquel hombre hecho para los delirios de la carne, para ser lamido y tocado, para oírle bufar verle y sudar del modo en que lo haría un soldado espartano follándose a su pequeño pupilo (Dios mío, qué horror, qué ha sido de mi decencia...)

Es mi hora de salir. Concentro toda mi energía en convocar su presencia allá abajo y así poder dedicarle una última mirada libidinosa antes de irme a casa. ¡Accio J.C.!

1 dicen lo que piensan:

alejandrojohn40 dijo...

Aquí, en Colombia, cuando sucede eso, y para mejorar el orgasmo mental, al sujeto que se rasca los huevos en la calle, se le dice ¨Déjeme esa rascadita¨ y ahí ya verás lo que puede suceder, dos cosas o te echa la madre o te culea, ¿que prefieres?