Nice hot dog

Me gustan los viernes porque salgo un poco más tarde del trabajo. Este placer, aparente masoquista, se debe a que hay un chico en la oficina (y no, no es J.C.) que me atrae bastante. Se llama Jordi y es uno de los niños de papá que han entrado en la empresa por puro enchufe. Tendrá unos veintiséis años, es alto, moreno y de facciones rectas pero amables.

El caso es que, los viernes, Jordi suele salir tan tarde como yo, y solemos cruzarnos por los pasillos de la empresa cuando ya no queda casi nadie. No decimos nada: nos limitamos a hacer una leve inclinación de cabeza a modo de saludo. Entonces él sigue caminando y yo, embelesado, me giro y lo observo alejarse hasta que se pierde entre archivadores y paneles llenos de informes y documentos. Su forma de andar es decidida y un poco salvaje, y quizás eso (junto con la inocente crestita que lleva en el pelo) desentona con el elegante traje que tiene que llevar por fuerza cada día. Aquí no está permitido ser estrafalario ni llamar la atención.

Otro de los pequeños placeres de los viernes es coincidir con Jordi en el ascensor. Me complace disfrutar de esos momentos en los que estamos solos él y yo, bajando lentamente, encerrados en un espacio de dos metros cuadrados que se llenan enseguida con el aroma de su perfume de marca. Es impecable a la hora de vestir: ni una sola arruga en sus camisas de raya diplomática, ni un solo pliegue en el nudo de sus corbatas.

No sé por qué me atrae. No representa especialmente mi ideal físico de hombre (como sí que lo hace J.C.) ni lo conozco demasiado. A pesar de todo, me gusta el tono sosegado de su voz, el timbre adolescente de su risa tonta, la forma en que dice "gracias" cuando le entrego un informe y se cohibe por no saberse mi nombre. Aún habiendo en la empresa señores mucho más atractivos que Jordi, sólo él parece conservar aún la ingenuidad de quien no termina de entender cómo funciona el mundo, a diferencia de los otros, en su mayoría ejecutivos despiadados que subastarían por Ebay el hígado de su madre enferma si con ello lograsen sacar un mísero céntimo.

Jordi, cielo, no te corrompas como ellos. Tú sigue comiendo esos entrañables hot dogs, aunque los demás lleven lujosas fiambreras llenas de nouvelle cuisine. Quizás algún día tu hot dog sea mío.

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